Alma y Pensamientos
Hola, y saludos, les doy la bienvenida a este rincón de tertulia. Este será el lugar en el cual saldrán a flote todos esos proyectos que he trabajando por algunos años, acompañado de ideas, noticias, pensamientos y hasta conflictos (por que no). También, este será lugar para los temas como: espiritualidad, amor, sociedad, humanidad, religión, filosofía (aunque me quede corto en la rama) e incluso ciencia. Espero que sea placentera su visita.
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jueves, 2 de julio de 2015
Carlos Andino Hernandez
Mi testimonio de como Dios ha restaurado mi vida, de un hombre sin identidad a un ser con nombre propio y destino divino.
Aclaratoria
Primeramente, antes de zambullirme en la narrativa central, debo relatar antes los sucesos por los cuales yo tuve que pasar para llegar a este momento, en el cual siento que mi vida ha cambiado por completo. No muchos saben el proceso que tuve que pasar, y esto es debido a mi carácter poco comunicativo y reservado. No se me puede olvidar que una de las cosas que más ha limitado hablar sobre mi experiencia espiritual es mi actitud reservada, que no busca ni la más mínima glorificación. Esas actitudes son parte de mi carácter, y aun así, ellas no me han impedido escribir estas palabras. Mi principal meta es dejar claro la persona que era antes del suceso que cambió mi vida y los conceptos que tenía en los cuales amparaba mi forma de ser. Por lo tanto, me es imprescindible expresar está experiencia con orden y con la mayor brevedad posible, buscando extraer de mí mismo mi verdad y reflexionar en ella, para nunca olvidar que no hay oscuridad más grande que la que viene de uno mismo.
Primera Parte
“La pieza del rompecabezas”
Para comenzar esta historia, debo presentarme primero. Yo soy Carlos Andino Hernández, del pueblo del Toa Baja, barrio Sabana Seca. Nací un 11 de septiembre del 1982 y soy el segundo de tres hermanos. Fui educado en la creencia monoteísta cristiana de un solo Dios, y ese proceso duró casi toda mi infancia. Para resumir ese proceso, diré, que fui como cualquier otro niño que en una dulce ignorancia jugaba a conocer a Dios. Mis padres me llevaban a la iglesia de la misma manera que obligaban a un niño bañarse: a empujones. Como niño al fin, mis intereses siempre fueron estar afuera de la iglesia, jugando con los otros niños, en vez de estar escuchando las plegarias y los gritos de los adultos. Me cansaba considerablemente esas aburridas predicas, pues no entendía nada, solo cuando se hablaba del jardín del Edén y del Arca de Noé, que eran las partes exclusiva para los niños. En definitiva, la iglesia era el mejor somnífero para un niño activo y con ganas de diversión. No hay artista que pueda plasmar la sonrisa que me salía de mi rostro cuando se daba la oración de despedida y salíamos todos corriendo hacia afuera como si se tratase de una estampida de animales. Por otra parte, La Biblia, un libro que sólo se podía apreciar a través de versos cortos y seleccionados que leía el pastor, fue algo desconocido que en cierto modo despertaba algún tipo de temor y respeto. Siendo niño todavía, nunca encontré un interés en ese libro que no fuera las partes más infantiles que únicamente servían para eentretenernos. Y así fue como me desarrollaré en ese mundo, reuniéndonos en la iglesia cada semana por obligación.
Cuando mis padres se divorciaron, hubo una decadencia espiritual sobre mi familia. En particular, yo, sufrí mucho la ausencia de mi padre. Fue como se hubieran extirpado una parte de mí a sangre fría y sin anestesia. Significativamente, intenté buscar la figura de un padre para completar esa ansiada parte en mí que tenía un gran hueco vacío; pero no hallé nada. De alguna manera continué mi vida, tratando de poner esta parte apuntada, o de alguna manera, buscando aquellos remplazos efímeros que traía la vida.
Luego, llegó mi adolescencia. Declaro que mi adolescencia fue amarga como el limón más verde; al contrario de mi niñez, fue tan dulce como un panal de miel. Crecí con muchos temores e inseguridades, y la ausencia de un padre me hacía buscar esa figura protectora que todos necesitamos. Pero nunca la encontré, y tuve que adaptarme al hecho debía caminar por el mundo con una pierna coja. El carácter que desenrollé a medida que iba creciendo fue uno de desconfianza. Me alejé de aquellos que no confiaba, y únicamente encontré refugio alejándome del mundo, en cuatro paredes revestidas con mis ambivalentes pensamientos adolescentes. Recuerdos aquellas depresiones silenciosas que me atormentaban cada día como un cuchillo que te va desgarrando lentamente. No fue fácil caminar por un rumbo que apenas estas conociendo. En aquellos tiempos, recurrí a las alternativas más viables para encontrar una cura a tiempo parcial o a tiempo completo: la televisión, los videos juegos, la soledad, cualquier cosa que me sacara de la realidad. Poco a poco fui perdiendo mi identidad, y al mirarme en el espejo, no reconocía quién era, porque sentía que no era nada, solo carne y huesos flotando en una realidad sin sentido. Ya no sabía que era el amor, la paz y mucho más el perdón. Y lentamente, fui condicionando mi mente a creer lo que había a mí alrededor: oscuridad.
En otra parte, también debo relatar que, fui un muchacho abusado, abusado por alguien cercano que nunca conoció a su padre y quizás, por tal razón, expresaba su ira de esa forma. Mi relación con él, fue tormentosa: nunca hablamos con cordialidad como deben tratarse la familia y en vez, nos pasábamos peleado y denigradnos mutuamente. Ambos éramos esclavo de circunstancias ajenas siendo apenas unos ignorantes muchachos que apenas sabíamos controlar nuestras emociones.
Y fue en ese punto, lleno de problemas familiares y perdido en mí mismo, que conocí un destello de luz. En ese momento, a mis 15 años, pasando por una depresión severa, tuve varias experiencias que fueron más allá de la realidad. Huyendo de mis problemas, acostado en mi cama, experimenté algún tipo transe o algún estado inconsciente. Fue como si una fuerza (una energía positiva o negativa, no podía describirlo exactamente) tomara control de mi cuerpo y con rayos eléctricos tratara de controlar mi cuerpo. Al no poder moverme me asusté, pues, sabía que estaba consciente de lo que estaba pasando. Abrí los ojos y lleno de miedo, y lo único que pensaba era que tenía que cambiar mi vida. Fue así que decidí ir a una iglesia a voluntad propia y acepté Jesús como mi único salvador por primera vez. Lo más seguro no entendía por qué lo hacía, si durante toda mi infancia no mostraba interés en seguir el camino que mi madre me había inculcado. Sin embargo, necesitaba un refugio para huir de los pensamientos que me atormentaba y ese fue el único que conocía. Fui valiente, porque de cierto modo ni yo mismo sabía cuáles serían los resultados de todo esto.
Comencé a asistir a la Iglesia Pentecostal de Sabana Seca, con la compañía de mis amigos Aníbal Sánchez y José López, que siempre estuvieron a mi lado mientras andábamos por ese curso. Incluso, hasta mi hermano se unió a nosotros, viendo con mis propios ojos a un gran cambio transcendental en él Fue sólo un primer paso, como diría yo, porque por fin había encontrado algo más fuerte que mi sufrimiento interno: ese personaje que llaman “Dios”. Conecté mis emociones y cambié toda mi vida para encontrar ese Dios que mueve montaña y hace lo imposible. Al inicio empecé con mucho entusiasmo y vigor. Hice cosas que nunca pensé que podía hacer. Hablé de formas que ni yo mismo pensaba que podía hablar así, y comencé hablarles a todos sobre un maravilloso personaje llamado Jesús. Me uní a mis amigos como nunca antes. Le prediqué a muchos y creí que Dios tenía algo grande para mi vida. Pero con ese mismo vigor que comencé, con el tiempo, me di de cuenta que después de la iglesia, todos los miedos y dudas seguían en mi mente como pequeñas sabandijas que solo salen atacar cuando todos duermen. Entonces empezaron los conflictos y mi relación con Dios fue una de altos y muchos bajos:
¿Por qué sigo sufriendo? ¿Por qué siento que Dios no me escucha? ¿Por qué me sentía desamparado? (Decía yo en lo profundo de mi ser). Mi lucha espiritual fue una batalla que duró años, sintiendo que no era digno de aquella gracia eterna.
Luego de algún tiempo perseverando bajo esa creencia, di un frenazo de repente. Deseaba saber la realidad de lo que estaba creyendo. Me sentía incómodo. Después de esas continuas batallas por saber cuál era mi problema, me percaté que la religión y la iglesia a la cual pertenecía no llenaban mis expectativas. Sabía que mi fe se componía mayormente de miedo, y me baso en el miedo que con tanto rigor nos siembran los predicadores religiosos desde pequeños de que: “La paga del Pecado es Muerte” o sea, de una manera más clara, una eterna estancia en las Pailas del Infierno. Me sentía que jamás podía alcanzar la gracia de Dios siendo yo tan imperfecto y lleno miedos. Cuando comprendí esto, me percaté de que era verdad, y que en realidad seguía un camino sólo por pensar que si no me mantenía en ese sendero mi alma pararía en las profundas cavernas del infierno. Entonces, vi que mi amor era solamente miedo e inseguridad. Y empecé a tomar mis decisiones (una de las más importantes para esa actualidad), y decidí, a mis 16 años, apartarme de la religión (no de la espiritualidad) y de ese miedo que ilustraba en mí. Esta decisión me ayudó mucho, quizás por el hecho de que, podía hallar mi verdad sin estar dejándome moldear por otros. Fue beneficioso sentir que podía tomar decisiones, y aunque las razones de apartarme no fueron las más adecuadas, tomé una decisión que nunca pensé cambiar.
Cuando di por concluido las costumbres religiosas, me fui adentrando más en los conceptos humanos. Ya tenía más de 20 años, y mi mente no era la misma. Me sentía libre y lleno de curiosidad sobre aquellas cosas que antes se me prohibían. Más tarde, al adentrarme en la universidad, muchas cosas cambiaron. Nunca fui el mejor estudiante, ni siquiera demostraba en clase algún interés por algún tema en específico. Pero siempre hubo cosas en lo personal que me inquietaban, y eso siempre fue la religión y la espiritualidad. En mi juventud exploré la rebeldía a través de la música del rock y su estrambótica indumentaria. A través de la música exploré el odio y la oscuridad, casi sin notar como en esa lírica se cuestionaba o se oponían directamente hacia un ser supremo, llamado Dios. Amaba el rock, porque sentía que esa música empresaba todo lo que yo sentía y que de alguna manera libera todas aquellas emociones en cautiverio. Ese coraje hacia la vida, ese odio nefasto hacia todo, me hacía sentir liberado de toda la ansiedad que me mataba por dentro. El rock me ayudó a sacar ese coraje hacia todo aquello que consideraba injusto. Y fue de esa manera que fui explorando la oscuridad, como un hecho irreversible que el mismo Creador no podía evitar.
Comencé a cuestionar a Dios, basándome en mi rebeldía y llenando mis oídos de metal, hard rock y sus variantes. A través del rock, cualquier canción que tuviera alguna referencia de Dios, captaba mi atención, como si dentro hubiera algo que anhelaba del misterio de lo divino. Luego, recuerdo que comencé a experimentar una necesidad de buscar letras y música que llenaran ese vacío espiritual que sentía. El odio del pasado retornó con las letras del metal y volví a recordar los abusos en mi infancia y la ausencia de mi padre llenando mi alma de ira y rencor. Pero en mi ignorancia, no sabía que la música es alimento del alma, y aquello que consumía, hizo de mí un títere del odio.
Luego, como un joven adulto que entraba de lleno en el campo universitario, comencé aprender sobre el mundo y toda su cronología. Ya con una personalidad roquera poco extrovertida, comencé a leer libros sobre otros conceptos, culturas, mitos, historias y etc. buscando siempre la razón de las cosas. Me sumergí en las creencias del mundo y mi mente comenzó a expandirse, conociendo otras realidades, otras versiones acerca de la verdad. Entendí que era una religión: un conjunto de creencias programadas, revestidas de protocolos, dogmas estrictos (en algunos casos crueles) para un beneficio monetario, y una certeza de que el único camino para alcanzar lo divino era de a través de un sacrificio irracional. En este proceso, fui acercándome más al contexto de la historia religiosa a través de los libros, captando que la historia religiosa estaba plagada de sangre e injusticias. Que en nombre de Dios se cometieron barbaries que en nuestra actualidad causaría un repudio masivo. Y Él, como creador y responsable, dejaba que su nombre quedase mancillado por las obras de su creación. Fue en este punto donde di por certeza de que si existía un Dios, pues a este le importaba muy poco lo que sucedía con la humanidad. A mi mente llegan las escenas de las guerras templarías, la Santa Inquisición en España, de la casa de Brujas en Europa Central y el genocidio nazi en la segunda guerra mundial y en Ruanda. También, como un hecho consecuente, mis ojos se abrieron al mundo, descubriendo el dolor más agudo de aquellos países olvidados: África, América Central, Haití, y todas aquellas regiones que lloran en silencio. No comprendía como un Dios podía permitir algo tan desorganizado y cruel.
Después, me introduje levemente a la filosofía y en el método científico, aprendiendo no a creer sino a estudiar, evaluar, investigar y a pensar: a nunca dar por sentado un hecho sin al menos haberlo puesto bajo una lupa de suspicacia. Comencé a cuestionarme todo basado en la lógica y la evidencia histórica. Sin embargo, debo recalca que en estas materias no me considero un experto, sólo tenía una cierta inquietud y muchas de cosas que estudiaba no las supe investigar a cabalidad. Y amparado en estos hechos, se formó mi carácter.
Pero, para mí es importante añadir que siempre lo espiritual fue el eje de mi búsqueda, aunque hubo episodios en donde mi mente se cuestionaba todo. Me introduje en las mayorías de las creencias, siempre dándole espacio a su cierta verdad o falacia. Leí libros sobre Budismo, Misticismo, Cábala, Metafísica, Judaísmo, Ateísmo, Nosticismo, Filosofía, Ciencias místicas, y todo aquello que tuviera como misión desvelar quién era Dios. Y aglomerando estos pensamientos me afirmé en que no había razón para explicar a Dios, por lo menos en esta realidad. Esa afirmación me catalogaba como un agnóstico no declarado que no negaba que había un Creador, pero no podía probar su existencia. En mi mente creció una certeza de que la fe era sólo un escape para aquellos que les era imposible manejar el hecho real de que algún día la muerte vendrá por ellos. De que no había certeza de ningún otro mundo más allá en la otra vida, únicamente la oscuridad de la duda. De que para Dios era relativo si hacías el bien o el mal, porque el libre albedrío era el derecho anarquista dado a los humanos para fundamentar sus actos. De que si Dios, era todo poderoso y no había nada imposible para Él, ¿por qué no podía revertir sobre nosotros el libre albedrío que nos otorgó, causante de nuestra perdición? ¿Por qué si Dios es amor, por qué permitía tanto odio?
Con el pasar de los años, el resultado fue que llegué a la adultez, siempre tratando de retornando al pasado para buscar las piezas que faltaban en mi vida. Intenté buscar esa cosa que necesitaba tratando de meditar en mí mismo; pero dentro no había nada. Una vez me enamoré de una chica, y le dije a ese Dio (reconozco que fue de una manera hipócrita) que ni siquiera conocía: “Dame el amor de esa mujer, y te juro que te serviré”. No obstante, ella se apartó de mí, de una manera que hizo abrir una herida profunda en mi corazón. Entonces, me llené de rebeldía contra Dios.
A la edad de 27 años, y lleno de conceptos en la mente, comencé a adoptar un estilo de vida más salubrista. Entendí que los animales no merecían morir por causa de nuestra hambre y que, como ser pensante, podía elegir qué comer. En si fue una conducta de rebeldía, porque comencé a ver como desde pequeño nos inculcan una alimentación obligada, todo por seguir el orden de la "saludable" pirámide alimenticia. Entonces, luego de analizarlo bien, tomé la decisión de convertirme en vegetariano. Algunos cuestionaron mi decisión, y trataron mostrarme que era lícito comer carne según la biblia. Cuando comencé a explotar los contenidos religiosos para saber qué opinaba La Biblia acerca de este tema, me encuentro que todo en las escrituras se basa en que los animales, como raza secundaria de la creación, debe servir de alimento a los predilectos humanos (lo más desobediente de toda la creación) , como si ellos mismo no fueran parte de la creación y el mismísimo Dios los hubiera creado en vano, solamente para abultar nuestras pansas y servirnos de esclavo. La simple imagen de un sacrificio, acordado según las creencias judías, nunca fue una imagen que puede tolerar realmente en mis tiempos como cristiano. Nunca me atreví a cuestionarlo porqué la iglesia no me enseñó a cuestionar, sino a creer. Luego, cuando tomé la decisión de apartarme de la religión, todas esas preguntas que quedaron prisioneras, salieron a flote: ¿Por qué el Dios que creo el universo quería la sangre de un animal? ¿Qué beneficios tendría el hombre sacrificando la vida de un animal por sus pecados? La única verdad es que, infinita fue la sangre de animal y hombre que se ha derramado en sacrificio no a un Dios sino a muchos, y todo en vano, porque según pensaba yo, los errores se resuelven con acciones no con sangre.
Como resultado final, la Biblia nunca me dio muchas explicaciones. Por lo tanto, la Biblia, la religión y todas sus variantes, no eran para mí el paladín de los derechos de los animales, es un conjunto de supremacía masculina, que a mi razonamiento define muy bien las constante batalla de los egos eclesiásticos y su cruenta lucha de hacernos creer que el Supremo Dios nos ama. Nos ama que nos ha condenado con nuestro propio libre albedrío. Y fue así, como veía a Dios en aquel momento de mi vida. Como algo que cada cual explica a su manera.
Muchas de las cosas que aprendí en el transcurso de 10 años, me sirvieron de mucho, y me hicieron ver la capacidad que tenía más allá de un simple personaje que nunca tuvo galardones ni reconocimientos académicos. Sobre todo, reconozco que la espiritualidad fue una parte importante de mi vida durante casi 15 años hasta ahora. Nunca abandoné el hecho de que el sol sale por el este por una razón; de que tenemos ojos para ver, nariz para oler, pies para caminar y mente para entender gracias a una fuerza o ser que prefería el anonimato. De que somos obra de algo invisible, que habita desde la partícula más mínima hasta la más grande, que es infinito y abarcador. Pero nunca lo entendí, porque nunca lo quice reconocer.
Pero a pesar, de que mi mente tenía una supuesta solidez filosófica, sabía que en el interior me faltaba algo que drenaba todo mi ser; una pieza para mi alma incompleta. No lo podía negar, pero, me escudaba en mi razonamiento que servía como parcho para remediar efímeramente mi problema existencial. Mis largas depresiones me llevaron recibir ayuda médica, ya que ni siquiera los libros de autoayuda podían sanar esa gran herida que había en mi alma.
No era feliz, y eso era algo que no quería reconocer, porque el conocimiento no era suficiente para darme felicidad. Cuestionar las cosas como lo hacía sólo fortalecía mi ego, y el hecho de que nadie podía engañarme ni venderme ideas facinerosas. Eso me hacía sentir protegido, pero en realidad caminaba desnudo, hacia un destino sin horizonte. Por una parte de mi vida todo parecía bien, mientras en otra, había una entidad que conspiraba en contra de mí: era mi mente. Esa entidad, que sabía cómo atacar, solo quería una cosa: destruirme. Y nadie lo supo, nadie sabía lo que me pasaba. Nadie escuchó cómo tramaba en mi contra en la oscuridad de mi cuarto. Sin duda, me estaba destruyendo poco a poco y para esas historias solo hay un final: la muerte.
Reconozco que fui muy ambivalente en mi espiritualidad durante mis años de universidad, pues, por un lado lo negaba, pero por otro todos mis actos y mi constante búsqueda de Él delataban una necesidad espiritual. Pero mi intelecto necesitaba ser convencido, y pues, llevaba una máscara de razón, y otra de la búsqueda de algo que ibas más allá de la razón.
De alguna manera, según iba llegado a la adultez, y me iba haciendo más viejo, comencé a presagiar que algo iba ocurrir en mí vida a la edad de 30 años. No sabía si era algo bueno o malo, lo único que sabía es que iba a pasar y mi vida no iba a ser la misma. Ese pensamiento caló en mi mente, y sin duda, lo único que tenía que hacer era esperar el momento.
Segunda Parte
“El momento que hallé la pieza que me faltaba”
-Apocalipsis: 3:20-21
“Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos. A los que salgan vencedores les daré un lugar conmigo en el trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.
En la semana del viernes 24 de mayo de 2013, comencé a sentir extrañas molestias cerca del corazón mientras dormía. Pero eso no me preocupaba, decía yo, confiaba ciegamente en mi salud porque hacía ejercicio y comía bien (era vegetariano); no debía ser algo grave. El sábado 25, mientras trabajaba, experimenté una sensación que nunca antes había sentido. Sentí mareos y que me faltaba el aire, acompañado de una horrible sensación de desespero. Llamé a mi hogar preocupado, porque sabía que lo me pasaba no era normal. Los síntomas mermaron un poco, pero sentía que algo no estaba bien en mi cuerpo, extraños síntomas me acompañaron durante toda esa noche sin saber qué era lo qué me pasaba. A la mañana siguiente, casi a penas minutos haberme levantado con esos extraños síntomas, un estremecedor gritó de socorro se oye en mi casa. Salí corriendo de mi cuarto sin pensarlo. Cuando llegó al cuarto de mi querida madre, la encuentro casi muerta en la cama, sin poder respirar, con el rostro completamente rojo, mientras mi padrastro trataba de hacerla reaccionar. Me quedé petrificado; el tiempo se detuvo en ese mismo instante. No reaccioné, mi cerebro se quedó en un completo shutdown. Cuando escuché los gritos de mi padrastro tratando de hacerme reaccionar, llamé al 911 de inmediato. De repente, mi madre mejoró repentinamente, y cancelé la llamada, pero mi corazón y los nervios habían creado una bomba que muy pronto estallaría. Ese día comencé a darme terapia respiratoria ya que los síntomas continuaban y yo entendía que debía ser los pulmones. Seguía sin poder respirar bien, y poco a poco la situación se iba fuera de control. El lunes 26, continué con los síntomas, y fui rápido a sala de emergencia confiado que todo saldría bien y todo se resolvería con alguna medicina. Mi visión comenzó distorsionarse y a ver todo borroso. No podía caminar y todo lo veía mal como si estuviera borracho. Después de esperar horas, salgo de emergencia como mismo entré: con dudas, porque no supieron exactamente que tenía. Se arriesgaron a decirme que tenía una bronquitis viral. Me fui con los todos medicamentos que me dio la dra. En mi mente sólo rondaban pensamientos de muerte y auguraba un futuro nefasto en lo que pensaba. Pero quería saber, tenía esperanzas de que fuera algo con una solución rápida y económica.
Las cosas empeoraron más y más. Comencé a experimentar un temor irracional, porque sabía que mi cuerpo no estaba funcionando bien. Los medicamentos alteraban mis nervios, pero los seguía tomando porque debía hacer lo que los médicos me indicaban. A mi mente llegó la sensación de que la muerte se me acercaba, y aun sabiendo a cabalidad que eso era un proceso normal, mi mente me traicionaba y me bajó al grado de la mentalidad de un niño. Recuerdo que tocaba mi corazón y sentía ese palpitar alocado, como si la sangre estuviera estancada en alguna arteria del corazón. Veía borrosamente mi cuerpo, como algo que se marchitaba, que perdía su vigor. No podía dormir solo, algo tan humillante para mí. Me quedaba en mi casa, sentado en un sofá, tocándome el corazón sintiendo que el mundo perdía sentido.
Las medicinas que me recetaron producto de un mal diagnóstico, empeoraron mucho más mi situación. Comencé a alterarme a tal grado que no podía ni siquiera ver televisión. No podía estar solo, algo que yo siempre estaba acostumbrado hacer. Uno de los medicamentos me provocó una taquicardia que me duró casi un día entero. Mi estómago ardía y llevaba días sin comer bien. Falté a mi trabajo, y anduve entrando en salas de emergencias y doctores, sin hallar solución.
Lo peor fue ver como mi familia me miraba, sin poder hacer nada. No dormí por cuatro días, algo que agravó mi estado físico y mental. Por las noches lloraba constantemente asegurando que algún momento mi corazón estallaría y moriría solo, sin nadie que me ayudara. Mi madre me vio llorar, y me sentí culpable de su sufrimiento. Lo más nefastos siempre fue tener la certeza de que no había ninguna esperanza, atrapado por la sensación de locura, de perder el control y quedar atrapado por algo siniestro que no podía controlar.
Siempre pensé que pasaría cuando me encontrara con la muerte de frente, ¿la aceptaría? O ¿en último momento buscaría a Dios hipócritamente? Toda mi vida pasó delante de mi, recordando mis propias palabras. Sabía cuáles eran mis pensamientos acerca de Dios, pero nunca aceptaría que estuve equivocado.
Si alguien sufrió mucho en este proceso fue mi madre. Fue ella la que se encargó de mi en todo momento. Fue la que me sostuvo, la que me vio llorar y la que me consoló. Recuerdo que cuando comenzaron los ataques de pánico a las 3:00 a.m. de la mañana, tenía que levantar a todos, porque no podía controlar los síntomas de desesperación y llanto. Ya estaba llegando al borde de la locura. Recuerdo que no dormía, porque me sentía sin oxígeno. Incluso, una vez, mientras intentaba dormir, solo en mi cama, sentí que un dedo me tocó. Un dedo frio que tocó mi cuerpo. Pero no le hice caso, creyendo que todo era producto de mi mente.
Después de una semana sufriendo, las cosas que me gustaban hacer eran nada para mí, pues ninguna traían alivio para mi alma. Ni la música de rock que tanto me gustaba me hacía sentir bien. Todo era basura. Nada de lo que leía o veía era ya importante para mi. Entonces, en una madrugada, cansado de llorar sin ninguna esperanza, levanté a mi madre y le pedí que orara por mi, su hijo, que nunca pensó jamás acercarse a Dios. En ese momento dejé mi orgullo y todo lo que creía para admitir que era débil y pedirle ayuda aquel Dios que yo había abandonado. Mi madre oró por mí y lloramos juntos, dándome entender que quién me abrazaba era Él, el Dios invisible.
Al día siguiente seguía con los ataques y los síntomas. Pero comencé a caer en cuenta de lo que me pasaba. Recuerdo que una amiga, Raquel Rosa, comenzó abrirme los ojos, para hacerme entender que lo que tenía no era un problema en el corazón sino ataques de pánico. Esa palabra era algo nuevo para mí, y si alguna vez la escuché, debo decir que la pase por alto. Al día siguiente, casi sin poder caminar bien, sin importar lo que muchos pensaran de mí, decidí cambiar mi vida y aceptar a Jesús como mi exclusivo Salvador. No podía caminar bien, pero mi madre me llevó de hombros. Después de ese día, todo cambió. Pude dormir bien, después de casi una semana de insomnio.
Esta batalla no terminó ahí. Los síntomas continuaron a menor grado, pero sentía que Dios me daba el control y las fuerzas para estar de pie. Mi oración fue más efectiva que todos esos calmantes y fármacos que únicamente me daban remedios efímeros. Sentí esas ganas de acercarme a ese ser Supremo, pero en vez de buscarlos en libros o en alguna iglesia, lo busqué en el mismo lugar donde siempre quiso estar, dentro de mí. A través de mi humillación, comencé a ver la cercanía del Dios Único, Jehová, Yahveh, Elohim, Hashem, Adonaí y etc. Comprendí que no es lo mismo contemplar el sol desde las sombras, a dejar todo lo que eres a un lado para que la luz del Único te cubra. Y por lo tanto, entendí que Jamás podría acercarme a Dios, sino no experimentaba por mí mismo, que todo lo me amparaba como persona, era completamente ideas vacías: basura, y nada más.
Mis lágrimas no cesaron en ese proceso, porque no entendía que estaba pasando un proceso largo y tortuoso. Pero mi familia estuvo ahí siempre, dándome apoyo y confiando que todo saldría bien.
Me era irónico pensar las cosas del pasado; los pensamientos del que tanto protegía, eran sólo teorías muertas, porque mi vida había experimentado algo real y vivo. Sentirme cerca de la muerte me sacó de ese estado de inconciencia que dormía. Me debatía a mí mismo diciendo si lo que experimentaba sería algo pasajero, que luego de un tiempo volvería a ser como antes. Sin embargo, con toda sinceridad, al ver como todo en lo que confiabas desaparecía de repente, comprendí que vivía en un sueño, algo irreal y fantasioso. Confiaba en la medicina, porque la fe no era un remedio; pero en mi momento de angustia descubrí que aun en ella había margen de error enorme que me costó y lo pagué con sufrimiento. Confiaba en mi salud, comía saludablemente para evitar algo como lo que me pasó; pero aprendí que no hay certezas en este mundo; todo lo que es de confianza, puede revelarse contra ti. Y sobre todo, confiaba en mi forma de razonar, que me engañó haciéndome creer que todo estaba bien, para en mi agonía, dejarme desnudo en la oscuridad; pero la misericordia de mi Redentor me alcanzó.
Después, pasaron los días y fui mejorando lentamente. Ya podía caminar y ver correctamente. Comencé con ayuda psicológica y a congregarme en una iglesia. Volví a mi trabajo y retomé mi vida.
Durante las visitas al psicólogo Adiel Cruz, éste me recordó que estaba pasando por un proceso y que mi batalla seguiría, que no bajara la guardia. Y tomé en serio sus indicaciones.
Pero a pesar de que mi vida había cambiado, y sentía que todo se estaba organizando, esta lucha no acababa. Mi economía se destruyó. Las salas de emergencia me dejaron sin dinero y los gastos médicos hicieron que mi crédito se desinflara. Bajé mis defensas, y mi fe decayó. Y de repente, los ataques de pánico volvieron. Todos los días, exactamente a las 2:00 a.m. de la madrugada, la sensación de que no podía respirar, me levantaba y me sacaba de mi cama. Me levantaba gritando con dolores en mi pecho. El corazón latía sin control. Lloraba tanto que me daba vergüenza que me vieran así. Lo peor era saber que no podía llamar al 911 porque sabía que no encontrarían nada en mi cuerpo. Entonces, volví mis rodillas, y busqué la misericordia de mi Salvador, Jesús. Y cada día que venía la prueba, más me humillaba, y más creció mi fe. Todas las fuerzas vinieron de Él, y obtuve la victoria.
Estuve meses viendo como los ataques de pánico se iban de mi vida, pudiendo tener el control por mi mismo para someterlo. Al unirme a la iglesia de Dios en Villa Santa en Dorado, aquella mentalidad de confrontación que usaba para refutar la biblia, recibió una bofetada. La Palabra de Dios fue cambiando mi vida de una manera sutil y llena de amor. Poco a poco comencé a cambiar todos los aspectos de vida sin necesidad de que nadie me obligara. La música de rock la dejé atrás, ya que no podía pretender alcanzar la luz caminando en la oscuridad. Me rendí ante esa fuerza que siempre estuvo conmigo, pero no quería reconocer. Ahora digo, que sin antes no tenía una identidad, está la encontré al ver el rostro Dios en humillación. Fue en su cercanía que hallé lo que buscaba, la pieza que faltaba en mi rompecabezas. Y aunque para muchos, solo viví una experiencia como cualquier otra, ninguno de ellos podrá entenderlo, porque no lo han vivido. Este largo proceso fui quebrantado al máximo y llevado a mi límite, porque habría de ser un hombre nuevo, que ya no le huye a la luz, sino que desea ser uno con ella. El evangelio restauro mi vida, y es tanto lo que tengo que agradecer por su Palabra, que no hay segundo que no deje pasar sin darte las gracias a Ti, Soberano, Maravilloso, Amado, Poderoso, Único, Eterno, Libertador, Sanador, Misericordioso, y Santo Dios… Amen y Amen.
Los ataques de pánicos quedaron fuera de mi vida, gracias a sus fuerzas, porque si hubiera sido por las mías mi derrota hubiera sido segura. Como resultado salió un hombre nuevo, un hombre de fe que tenía como meta acercarse al rostro de Dios y predicar su palabra. Y mis ojos comenzaron a ver la vida como mayor sentido que nunca y las esperanzas de que apenas esto era el comienzo.
-Tercera Parte-
“La nueva encomienda”
-Hebreos: 10:35-36
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene galardón; porque os es necesaria la paciencia para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengas la promesa.
A través de este proceso Dios me ha llevado a tener una nueva encomienda. No fue fácil, pero tuve que ser probado como el oro para poder hoy estar en este lugar diciendo cuan maravilloso se siente caminar en libertad. Se fue quitado los mas que amaba, y quebrantado el orgullo fue que la imagen de Dios fue visible. Ya han pasado varios años, y los recuerdos de aquel encuentro con mi salvador aún siguen vivos. Todavía veo su rostro de misericordia y bondad cada mañana como una lumbrera que no se extingue. Y sí, he tenido tropiezos, pero me levanto más rápido por una razón: ya no me importa lo que puedan pensar, solo me importa lo que piensa Él.
Ahora me enfrento a la realidad de ver como muchos andan como yo andaba en este mundo. Tengo que enfrentar también los mismos cuestionamientos que yo mismo me hacía cuando vivía buscando satisfacer mi propio ego. Es una gran tristeza ver cómo nos ahogamos en una personalidad manipulada por las consecuencias de la vida, sin saber que nos hundimos en algo que no es real. Se ahogan, como niños sin salvavidas, pero la mano de misericordia está ahí, esperando que dejes morir tu orgullo y aceptes que la única manera de encontrar tu identidad y tu felicidad es a través de la entrega en las manos del nuestro Redentor.
No obstante debo testimoniar, que una vez decides caminar en la verdad, las artimañas del rey de este mundo irán todas contra ti. Eso es lo que he vivido durante estos años en los cuales Dios ha ido limpiando mi camino. Pero, al recodar de dónde vengo y dónde salí, todas esas artimañas quedan derrotadas. Una vez haces pacto con Dios, aunque la ira del mundo fuese contra ti, el espíritu que todo lo vence, El Espíritu Santo (“Tito 3-5”). Y lo he visto en todos los aspecto de mi vida, que hasta incluso me pregunto hasta cuando seré probado. Pero al ir a la Cruz, a los pies de mi Maestro, es cuando venzo mi humanidad y soy uno con mi Redentor al recordarle a esta carne que ya el pecado no me puede alejar más de Dios. Esa es la clave, la victoria, algo que no estaba en mi vocabulario.
En la comunión con mis hermanos en la iglesia, Dios fue limpiando aquellas cosas que usé en mi pasado para mantenerme lejos de Él. Ahora entiendo que muchos (sean inconversos, ateos, agnósticos, místicos de nueva era, científicos o gente secular) son esclavos de su propio orgullo, creyéndose dioses de su destino y desviando a otros hacia mentalidades indefinida. Utilizando una lógica prestada de algunos antiguos sabios, creen que tiene todo el conocimiento máximo del universo para determinar que debemos pensar acerca de Dios. Si alguna verdad me llevo a seguir el camino de la fe, fue por la misma razón, la misma que estoy utilizando para decirte que independientemente de lo que creas de la Biblia, la iglesia y sus líderes, Dios es la única verdad. Y si no las has conocido, creo deberías pensar que millones de seres humanos andan como huérfanos buscando de donde vienen y hacia dónde van. Creo fielmente que si buscas Dios basado en tus experiencias de vida, solo encontraras una marioneta que tus mismo manipularas a tu atojo. La única manera para verlo es quitándose esta humanidad pesada, y dejando que el Dios que hace lo imposible hago lo posible en ti.
Por eso digo, y para poner final a este escrito, que es gratificante sentirse libre, y completo. Lleno de un amor y una paz que mucho no podrán entender. Confiado que ya nada puede engañarte o decirte quién ese Dios, porque sabes, que Él y tú, son Uno, para siempre y siempre, amén!!!...
jueves, 16 de octubre de 2014
miércoles, 28 de mayo de 2014
Él tejió mis lágrimas
En la Oscuridad qué me atormentaba.
En soledad que me asolaba,
nadie vio mis lágrimas,
nadie escuchó mi gemir.
Nadie vio como mi alma sangraba,
nadie vio como la oscuridad me abrazaba.
Nadie vio cómo moría,
nadie escuchó cómo a mi alma maldecía.
Nadie vio mi oscuridad.
Nadie podía leer mi corazón.
Nadie entendía por qué sufría,
nadie descifraba el secreto de mi agonía.
Nadie supo que le faltaba a mi vida.
Nadie podía llenar tal vacío.
Pero en mi dolor,
hubo Uno que tejió mis lágrimas
y con sus manos preparó manto de salvación.
Muchas veces escuché su Nombre,
Y no lo vi llegar.
Tocaba a mi puerta,
pero en mi terquedad
Su dulce voz no quice escuchar.
Llamama su nombre,
Y Él me decía: "Hijo mío, soy Jesús, Aquí estoy",
Pero mi mente se interpusieron telarañas de comodidad.
Sombras de inseguridad,
Marchaban en el interior.
Mi alma estaba condenada
Por rechazar a mi Salvador.
Recorrí el mundo y las culturas, buscando a ese Dios,
Pero en mi rebeldía solo hallé una terrible confusión.
Mi alma gemia por Él,
Pero razones humanas,
Malévolas artimañas
Me alejaron de Creer.
Pero, en mi vida algo sucedió.
Lágrimas de humillación me acercaron al perfecto Amor.
A través de mi humillación,
comencé a ver la cercanía del Único Dios,
Jehová, Yahveh, Elohim, Hashem, Adonaí.
Comprendí que no es lo mismo contemplar el sol desde las sombras,
a dejar todo lo que eres a un lado para que la luz del Único te cubra.
Jamás el oro ni la plata,
Podrán comprar la satisfacción
De saber que somos merecedores
De la gracia de su eternidad.
Por eso nunca me olvidaré
Del poder de trasformación
Del Dios que en el mundo no encontré,
Porque siempre estuvo dentro,
En lo profundo de mi ser.
Daniel 4:2
Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo.
Yo lo declaro, sólo Dios hizo lo imposible.
domingo, 23 de febrero de 2014
Poemas cortos
Que ironía,
como es el amor;
Que trajina siempre
Hacia lo imposible;
Hacia todo horizonte prohibido.
Que en la caricia del alba te abraza;
En el ocaso te suelta.
Que no mide tiempo ni espacio,
Sólo una dulce mirada, un tierno abrazo.
Que en una mañana despierta a tu lado,
Pero en otra,
Es sólo un recuerdo,
De algo que has imaginado.
miércoles, 15 de enero de 2014
El Secreto del Alma
